Archivo de la Categoría “Recordando a Joaquín de Prada González”
Hoy comparte con nosotros sus recuerdos de Joaquín de Prada González (mi querido Joaquín), su compañero y amigo David Pérez Maynar, en una carta dirigida a mi hijo…
Barcelona, a 7 de Junio de 2012
Querido Joaquín,
Por encargo de Loli me pides que escriba sobre tu padre y me cuesta mucho hacerlo, la razón es muy sencilla, tuve contacto profesional con él desde la primavera de 1971 hasta su muerte, tuvimos una carrera notarial muy parecida, nos respetamos siempre, aguantamos nuestras respectivas excentricidades y nuestra tendencia al “ex abrupto” y, a pesar de todo, tardamos muchos años en ser verdaderamente amigos.
Yo me di cuenta de que tu padre era alguien que contaba mucho para mí cuando, en 1987, decidí pasar de Hospitalet a Barcelona y me pareció evidente que debía proponerle que iniciáramos la nueva aventura profesional juntos. Me dijo, con una cierta tristeza, que no se atrevía a aceptar mi oferta, comprendí sus razones y no quise insistir.
Algunos meses mas tarde, Joaquin me propuso entrar en la Junta del Colegio Notarial, me resistí todo lo que pude pero al final me convenció invocando la memoria de Luis Úbeda.
Cuando me he preguntado porque pasamos tantos años con un contacto profesional frecuente y unos intereses intelectuales parecidos, sin que llegáramos a tener una verdadera amistad, solo encuentro dos razones, Joaquin era tímido y pudoroso en la expresión de sus sentimientos y yo viví aquellos años embarcado en aventuras políticas que, vistas hoy, considero justas pero planteadas equivocadamente.
Entre tu padre y yo hubo dos mediadores con los que compartí despacho notarial, Julio Burdiel, o actividad política, Luis Úbeda. Los dos eran grandes amigos nuestros y cuando Julio se fue a Madrid y Luis murió, tu padre y yo nos sentimos solos y nos convertimos en verdaderos amigos.
Leyendo la nueva edición de “Joaquin y Loli un encuentro de Cine” me he vuelto a sorprender de la ternura, del valor y de la capacidad de amar que tenia tu padre. Yo lo estimaba mucho por su talla profesional que contrastaba con mi tendencia al desorden organizativo, por su honestidad profunda y evidente y por su sentido del compañerismo que, en repetidas ocasiones le llevó a ayudar a los notarios que iban llegando a Hospitalet, el pequeño feudo del que era el notario por excelencia.
Estuve con él pocos días antes de su muerte, me impresionó su lucidez y su entereza y puedo asegurarte que la lección que recibí en un momento tan duro me sirvió para no derrumbarme cuando mi P.S.A. se disparó. En aquella ocasión me dijo dos cosas una personal y otra profesional. En la esfera personal me dijo que quería morir en su casa, rodeado de los suyos, sin tener que soportar que alguna enfermera cariñosa y bien intencionada le diera una palmadita y le dijera: “Joaquinito que tal estas hoy?”. Le horrorizaba haber vivido muchos años como Don Joaquin y terminar la vida como Joaquinito.
En la esfera profesional me pidió que hiciera todo lo posible por conservar la organización del Colegio Notarial a la que había dedicado muchas horas. Sus dos deseos se cumplieron gracias a Loli y a Roberto Follia.
Joaquin, han pasado veintiun años de la muerte de tu padre, tengo ahora setenta y seis años, a mi edad te cruzas todos los días con la presencia de los amigos muertos, en cierto modo viven contigo y te permiten seguir envejeciendo serenamente.
Os deseo a Loli y a sus tres hijos que mi amigo Joaquin os ayude siempre.
Un abrazo,
David Perez Maynar
Notario
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El escrito que comparto hoy con vosotros viene de la mano de mi hijo José Manuel de Prada Samper, de quién estoy segura que Joaquín se sentiría enormemente orgulloso, al igual que de todos nuestros hijos. También aprovecho para recomendaros que cuando vayáis a la librería a comprar el libro Censurado. Joaquín y Loli un encuentro de cine, aprovechéis para comprar el último libro de mi hijo, publicado por la editorial Siruela, que se llama Cuentos populares de África. Espero que disfrutéis de su escrito…
Dzavadzimu
para mi padre, en el 21 aniversario de su partida
La imágenes de este poema me vienen rondando desde hace tiempo, pero sólo ahora han cristalizado en palabras y, cosa poco común en mí, lo han hecho en forma de un breve poema. En la lengua shona del sur de África, hablada sobre todo en Zimbabwe, dzavadzimu significa “referente a los espíritus”. Los bosquimanos |xam, que vivían más al sur de los shona, en lo que hoy es la república de Suráfrica, decían que todos los seres humanos llevamos dentro un viento personal e intransferible. También decían que las historias viajaban con el viento, y que bastaba con sentarse en un recodo del camino para sentirlas. Sobre el corazón decían que era la sede del espíritu, pero no se referían a la víscera en sí, sino a lo que ellos llamaban “hilos del pensamiento”, que situaban “a un lado de la garganta”.
Quisiera contarte tantas cosas,
pero no sé hacerlo.
En cambio,
yo a ti puedo a veces percibirte.
Tu viento se hace sentir
en cada espiral de mi camino,
y el tuyo es el corazón que palpita
en todos los rincones donde habito
y cuyos latidos me hacen llegar
instantes en los que te reconozco.
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Hoy comparto con vosotros el escrito de Joan Solé, con cuyos padres, Luci y Josep María desarrollamos una amistad que empezó con nuestra llegada a Hospitalet. Joaquín fué una influencia positiva en la vida Joan, y en la de todos aquellos que tuvieron con él contacto. Aquí tenéis también una foto de Joan y su hermano Josep María jugando con mi hija Cristina en la terraza de casa. La foto, por supuesto, hecha por Joaquín:
Y este es el cariñoso texto que ha escrito Joan Sole:
Hay pocas cosas de Joaquín que pueda decir y que no haya dicho ya. Obviamente lo añoro, como todos los que le conocíamos, echo de menos los paseos, sus clases, sus consejos; echo de menos esperarlo en la sala de juntas y comer a su lado en la cocina. Echo de menos su ser.
Este año he tenido un hijo, un niño guapísimo que se llama Gerard, y lo que lamento profundamente es que nunca lo podrá conocer. Claro que le hablaremos de Joaquín, le enseñaremos fotos y vídeos y le explicaremos la gran persona que era, lo mucho que me ayudó y lo que significó para todos nosotros; le diré que fue mi maestro y el responsable en gran parte de lo que soy hoy en día; pero eso no es lo mismo que conocerlo. Porque Joaquín era la suma de un millón de intangibles, que convierten una persona excelente en una persona excepcional.
Se que no puedo hacer nada para que le conozca tal y como lo hicimos nosotros, para él siempre será aquel amigo de papá del que todos hablan. Pero sí que puedo hacer algo, puedo enseñarle lo que él me enseñó a mí. No inglés o álgebra pero sí constancia y dedicación, perseverancia y excelencia y por que no, a disfrutar de la vida, de la familia, de un buen chuletón acompañado de un excelente vino y a reírse del sistema de vez en cuando. Le podré enseñar a no ser conformista y que la vida no te regala nada.
Y así finalmente lo conocerá de verdad, y cuando vea su foto dirá: “Sí, es el yayo Joaquín”.
Joan Solé
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Hoy seguimos recordando a Joaquín de Prada González con una carta escrita por su amigo de juventud, Manolo Alcántara, espero que la disfrutéis…
Salamanca 9 de junio de 2012
Querida Loli “de Prada”:
Ante los veintiún años de la muerte de Joaquín, no quiero que pase esa fecha sin que tengas un recuerdo más, a través de mi experiencia amistosa primero con él y después, contigo, a consecuencia de las Bodas de Oro de la Facultad.
Mi entrecomillado “de Prada” revela mi admiración a tu entrega total a tu “Prada” antes y después de su fallecimiento. Mis recuerdos de tu adorado Joaquín, son los que se corresponden a los años de Bachillerato y de la carrera, años en los que nuestros sueños y deseos se reflejaban, en aquella sana y magnífica amistad a través de los sofocos y alegrías que el estudio nos proporcionaba.
En aquellos años en los que el recuerdo de la Guerra Civil predominaba en nuestras vidas, a través de lo que nos contaban nuestros padres, se forjó la amistad, que continuó muchas décadas, aunque estuviéramos muy alejados. Tenía conocimiento de vosotros a través de Ángel que me contaba algo de vuestras vidas. De ti tenía las referencias que a través del contacto con Ángel me llegaban. De Joaquín tenía el recuerdo de su manera de ser, introvertido y más bien tímido, de su inteligencia, fuera de lo corriente y de todas aquellas cualidades que en su presencia resaltaban y los recuerdos siempre fueron gratos y alegres por sus éxitos profesionales, que eran el resultado de sus cualidades intelectuales, fuera de lo corriente.
De ti los recuerdos primeros, Joaquín tiene novia en Cartagena, se casa con ella… poco más. Sin embargo, el encuentro contigo en las Bodas de la Facultad, y el libro sobre su amor hacia aquella persona sobre la que te habías volcado, impuso un conocimiento de tu persona, mucho más profundo. Es admirable la entrega total por tu parte a través del libro. Es fantástico, comprobar que a pesar de los años transcurridos desde “su fallecimiento”, tus vivencias y recuerdos de tu marido, sigan impregnando tu vida, aunque ello te ha traído un continuo y diario recuerdo de vuestros año felicísimos en vida.
He querido que tengas un recuerdo de éste, vuestro amigo que siempre os tendrá, en compañía de su mujer, en el mejor de los recuerdos.
Un abrazo muy fuerte para ti y tus hijos.
Manolo Alcántara
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Hoy los recuerdos de Joaquín de Prada González, mi Joaquín, vienen de la mano de su compañero y amigo, el notario Adolfo Calatayud Sierra…
UN NOTARIO ADELANTADO A SU TIEMPO
Parece mentira pero hace ya veintiún años que nos dejó Joaquín. El tiempo transcurrido no me ha impedido seguir sintiendo su presencia cercana; su persistente recuerdo resulta inevitable para los que le conocimos y convivimos con él y, en particular, para muchos Notarios que tuvimos la suerte de estar junto a él y a quienes nos ayudó a amar nuestra profesión. Porque, aunque es indudable que la mayor tragedia de la pérdida de una persona que llenaba tanto el espacio en que se encontraba es la personal, la sufrida fundamentalmente por su familia y también por los amigos que le quisimos, creo que el Notariado padeció también de modo muy relevante la desaparición de Joaquín. A ello quiero dedicar esta breve remembranza.
Joaquín era hijo de Notario y, aunque huérfano de padre pronto, su vocación hacia la profesión notarial creció y se desarrolló en ese entorno. El que mamó desde pequeño era un Notariado de servicio, de hacedor de la paz social, de consejero de familias, de protector de los humildes; lo que es el Notariado de verdad, del que los Notarios de hoy somos herederos y que estamos obligados a preservar, también en esta sociedad actual y pese al dominio de la economía y las transacciones en masa de bienes y servicios, o, precisamente por eso mismo, incluso más que antes, porque la indefensión del ciudadano que contrata con esas grandes empresas puede ser hoy en día mucho mayor de lo que lo era en otros tiempos. Joaquín tenía muy claro que para conseguir ese objetivo era preciso penetrar hasta el fondo de cada acto o contrato, porque sólo así es posible prestar la asistencia que el contratante débil precisa y garantizarle un consentimiento debidamente informado, aspectos esenciales de la prestación de la función notarial.
Jurista de peso, como todos los buenos Notarios, la vocación por su profesión no se limitó al ejercicio de la actividad notarial en su despacho, sino que, además, realizó notables aportaciones en forma de trabajos, que se centraron en la propia actividad notarial. Sus trabajos sobre el Protocolo notarial son clásicos y la recopilación que realizó de las resoluciones del sistema notarial de la Dirección General de los Registros y del Notariado, que nadie había acometido hasta entonces, constituyeron un importante instrumento de trabajo de los Notarios y también de los órganos corporativos del Notariado, en los que también participó muy activamente, sobre todo en la Junta Directiva del Colegio Notarial de Barcelona, en la que aportó la sabiduría que le daba haber vivido de modo tan intenso el ejercicio de su profesión.
Un aspecto crucial de la personalidad de Joaquín dentro de su actividad como Notario, que me parece imprescindible recordar porque muestra la profunda mirada con que Joaquín contemplaba la función notarial, mucho más allá de su configuración meramente tradicional, es cómo se volcó, desde el principio, en la introducción de las nuevas tecnologías en el trabajo de las Notarías. Estamos hablando de la primera parte de los años 80, cuando los ordenadores se consideraban todavía aparatos propios de la ciencia ficción. Las Notarías a lo más que llegaban era a la fotocopiadora y la máquina de escribir eléctrica. La mayoría de los Notarios ni se planteaba la posibilidad de informatizar sus despachos; incluso, los que podrían pensar en esa opción, en su mayor parte la consideraban indeseable, contradictoria con la forma de trabajo de las Notarías.
En cambio, Joaquín vio siempre claro que el futuro de la profesión notarial iba por el camino de la introducción de los nuevos sistemas de tratamiento de la información y predicó con el ejemplo, haciendo un enorme esfuerzo personal y económico, pero con el entusiasmo del convencido. Un auténtico pionero. Y el tiempo le ha dado la razón; tras vacilaciones y dudas, el Notariado ha modernizado sus modos de trabajo. Cuando, al cabo de los años, formé parte de la Comisión de Sistemas de la Información del Consejo General del Notariado y hubo que organizar, casi de cero, un sistema de información del Notariado, ante las grandes dudas que con frecuencia me asaltaban no podía dejar de recordar a Joaquín e intentar de adivinar cómo habría él resuelto esta o aquella cuestión.
La prematura pérdida de Joaquín impidió al Notariado poder contar con él en esta tarea tan compleja, para la que estaba especialmente capacitado y nos privó a los Notarios de una aportación que, estoy seguro de ello, habría impregnado de sentido común y sensatez y de profunda perspectiva notarial a la necesaria convivencia entre esta función cuyas raíces penetran en siglos de historia y las nuevas técnicas de la información imprescindibles hoy. Seguro que habría contribuido a impedir algunos excesos que hemos tenido que sufrir, que, en algunas ocasiones, han llevado a utilizar las nuevas técnicas para subordinar lo esencial de la función notarial, la independencia del Notario en el ejercicio de su función y la protección de los derechos de los ciudadanos que reclaman su ministerio, al interés de las administraciones públicas por ejercer el mayor control posible sobre aquéllos, sirviéndose para ello de los Notarios más allá de lo razonable.
¿Son muchos veintiún años? Sin duda, pero no los suficientes para que el recuerdo de Joaquín y el sentimiento de pérdida de lo mucho que todavía podía habernos aportado y lo que podíamos que haber disfrutado de su presencia, se desvanezca.
Adolfo Calatayud Sierra
Notario
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El próximo 12 de junio habrán pasado 21 años desde que murió Joaquín de Prada González, mi Joaquín, y sigue siendo recordado por muchos, que lo quisieron y disfrutaron de su amistad. Muchos amigos me han mandado escritos para que los publique en el blog en esta fecha tan señalada, y como todos los escritos son pequeñas joyas, yo voy a ir publicándolos a lo largo de la semana y no todos de golpe, para que así cada uno se aprecie más.
Para empezar y abrir boca, el escrito de uno de esos amigos, el notario Juan José López Burniol, que le rememora en este maravilloso escrito que no me canso de leer y que creo que os gustará mucho. Como es el primer escrito que recibí, es el primer escrito que os pongo…
MEMORIA VIVA
No todas las memorias son iguales. Está, en primer lugar, la memoria histórica, es decir, la memoria individual o colectiva de hechos pretéritos, que no han sido protagonizados ni presenciados por quienes los rememoran. Esta distancia en el tiempo y en el espacio no impide que dichos hechos marquen o puedan marcar la vida y el futuro de quienes los tienen presentes; así -por ejemplo- la Guerra Civil española marcó el destino de quienes nacieron después de que hubiese terminado pero estuvieron sujetos a las consecuencias de su desenlace. No obstante, pese a la influencia determinante de este tipo de memoria, y pese incluso a que pueda concitar sentimientos de alto voltaje, tanto de cordial y entusiasta adhesión como de frontal e indignado rechace, lo cierto es que los hechos que la conforman no son revividos como propios por quienes los tienen presentes, por la sencilla razón de que no puede revivirse lo que no se ha vivido. Por este motivo, al lado de la memoria histórica, está otro tipo de memoria, que es la memoria viva: la memoria de hechos y situaciones en las que se ha encontrado -en las que se ha hallado implicado- quien las recuerda pasado el tiempo, la memoria de personas a las que ha conocido y con las que ha convivido quien las revive alegre y dolorosamente una vez desaparecidas.
De lo dicho se desprende que existe una diferencia sustancial entre la memoria histórica y la memoria viva. La memoria histórica es esto: historia, todo lo influyente y condicionante que se quiera, pero historia a fin de cuentas. En cambio, la memoria viva es vida: vida de quien, al recordar, hace revivir al recordado, quien, por eso mismo, vive -prolonga su vida- en la de aquél que le recuerda. Por eso es absolutamente cierto que existen dos muertes: una primera -física-, que se consuma en el trance mismo del fallecimiento, y otra segunda -espiritual- que tiene lugar cuando se extingue la memoria viva del difunto, por la desaparición de aquellos que le conocieron, que con el hicieron y compartieron proyectos, que supieron de sus virtudes y defectos, de sus logros y frustraciones, que con el -en suma- convivieron.
Por eso, muchos años después de su tan prematura muerte, el recuerdo de Joaquín de Prada acompaña a cuantos le conocieron; y por eso, este recuerdo lo hace revivir a él al hacerse memoria viva. En mi caso, esta memoria viva va mucho más allá de los lances compartidos en el seno de la junta directiva del Colegio Notarial de Barcelona, en la que coincidimos, por mucho que sean imborrables los recuerdos de su rectitud moral, de su pericia técnica, de su rigor conceptual, de su aquilatada prudencia y de su innegable coraje. Se percibía claramente en su forma de afrontar los debates y en su manera de resolverlos, una personalidad notable, resultado de una inteligencia superior y trabajada, una formación amplia y profunda y una voluntad firme y constante. Mi memoria de Joaquín adquiere su auténtica dimensión y profundidad al incidir en mi amistad con él, una amistad con la que yo me sentí honrado, por considerarla como aquélla que te brinda alguien mayor que tú no sólo en edad, sino también en talento, formación y experiencia.
Esta fue la faceta de nuestra relación que me permitió intuir primero y constatar después que, más allá del notario ejemplar pero adusto, se escondía una personalidad extremadamente compleja, con inquietudes, preocupaciones y vocaciones muy distintas de las que parecen dar a entender el oficio de notario en el que cristalizó su vida. Afición por las ciencias, vocación artística, talante progresista, indomable espíritu de justicia y un anticonvencionalismo radical fueron facetas de una personalidad que permaneció escondida para la mayoría, pero que resultaba diáfana para quienes llegaron a conocerle un poco. Podría decirse, para resumir, que se anticipó a su tiempo, por lo que a actitudes y formas de vida se refiere. Su misma casa -moderna y funcional-, por poner un ejemplo, no tenía nada que ver con la casa de sus colegas que habían alcanzado una realización profesional parecida por la misma época, es decir, no parecía el decorado exigido por una representación de alta comedia.
Esta es mi memoria viva de Joaquín de Prada, al que sigo teniendo presente tantas y tantas veces, al preguntarme, en determinadas circunstancias, que es lo que habría pensado, lo que habría dicho o lo que habría hecho. Porque estoy seguro de que, de no haber muerto, algunas cosas no hubieran sucedido de la misma manera en nuestro pequeño mundo, más allá de su estricto ámbito familiar. Hubiese influido, por ejemplo, en la deriva de la organización corporativa de nuestro oficio y, en concreto, de nuestro colegio. Por eso muchos lo hemos echado de menos, que es la forma más aguda de que siga estando entre nosotros. Quienes con el convivimos perdimos mucho con su muerte. Y ésta sensación de pérdida es la que aún le hace estar vivo en nuestro recuerdo de una manera persistente e imborrable. Su segunda muerte será con la nuestra. Doy testimonio de ello.
Juan-José LÓPEZ BURNIOL.
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