Hoy los recuerdos de Joaquín de Prada González, mi Joaquín, vienen de la mano de su compañero y amigo, el notario Adolfo Calatayud Sierra…

UN NOTARIO ADELANTADO A SU TIEMPO

Parece mentira pero hace ya veintiún años que nos dejó Joaquín. El tiempo transcurrido no me ha impedido seguir sintiendo su presencia cercana; su persistente recuerdo resulta inevitable para los que le conocimos y convivimos con él y, en particular, para muchos Notarios que tuvimos la suerte de estar junto a él y a quienes nos ayudó a amar nuestra profesión. Porque, aunque es indudable que la mayor tragedia de la pérdida de una persona que llenaba tanto el espacio en que se encontraba es la personal, la sufrida fundamentalmente por su familia y también por los amigos que le quisimos, creo que el Notariado padeció también de modo muy relevante la desaparición de Joaquín. A ello quiero dedicar esta breve remembranza.

Joaquín era hijo de Notario y, aunque huérfano de padre pronto, su vocación hacia la profesión notarial creció y se desarrolló en ese entorno. El que mamó desde pequeño era un Notariado de servicio, de hacedor de la paz social, de consejero de familias, de protector de los humildes; lo que es el Notariado de verdad, del que los Notarios de hoy somos herederos y que estamos obligados a preservar, también en esta sociedad actual y pese al dominio de la economía y las transacciones en masa de bienes y servicios, o, precisamente por eso mismo, incluso más que antes, porque la indefensión del ciudadano que contrata con esas grandes empresas puede ser hoy en día mucho mayor de lo que lo era en otros tiempos. Joaquín tenía muy claro que para conseguir ese objetivo era preciso penetrar hasta el fondo de cada acto o contrato, porque sólo así es posible prestar la asistencia que el contratante débil precisa y garantizarle un consentimiento debidamente informado, aspectos esenciales de la prestación de la función notarial.

Jurista de peso, como todos los buenos Notarios, la vocación por su profesión no se limitó al ejercicio de la actividad notarial en su despacho, sino que, además, realizó notables aportaciones en forma de trabajos, que se centraron en la propia actividad notarial. Sus trabajos sobre el Protocolo notarial son clásicos y la recopilación que realizó de las resoluciones del sistema notarial de la Dirección General de los Registros y del Notariado, que nadie había acometido hasta entonces, constituyeron un importante instrumento de trabajo de los Notarios y también de los órganos corporativos del Notariado, en los que también participó muy activamente, sobre todo en la Junta Directiva del Colegio Notarial de Barcelona, en la que aportó la sabiduría que le daba haber vivido de modo tan intenso el ejercicio de su profesión.

Un aspecto crucial de la personalidad de Joaquín dentro de su actividad como Notario, que me parece imprescindible recordar porque muestra la profunda mirada con que Joaquín contemplaba la función notarial, mucho más allá de su configuración meramente tradicional, es cómo se volcó, desde el principio, en la introducción de las nuevas tecnologías en el trabajo de las Notarías. Estamos hablando de la primera parte de los años 80, cuando los ordenadores se consideraban todavía aparatos propios de la ciencia ficción. Las Notarías a lo más que llegaban era a la fotocopiadora y la máquina de escribir eléctrica. La mayoría de los Notarios ni se planteaba la posibilidad de informatizar sus despachos; incluso, los que podrían pensar en esa opción, en su mayor parte la consideraban indeseable, contradictoria con la forma de trabajo de las Notarías.

En cambio, Joaquín vio siempre claro que el futuro de la profesión notarial iba por el camino de la introducción de los nuevos sistemas de tratamiento de la información y predicó con el ejemplo, haciendo un enorme esfuerzo personal y económico, pero con el entusiasmo del convencido. Un auténtico pionero. Y el tiempo le ha dado la razón; tras vacilaciones y dudas, el Notariado ha modernizado sus modos de trabajo. Cuando, al cabo de los años, formé parte de la Comisión de Sistemas de la Información del Consejo General del Notariado y hubo que organizar, casi de cero, un sistema de información del Notariado, ante las grandes dudas que con frecuencia me asaltaban no podía dejar de recordar a Joaquín e intentar de adivinar cómo habría él resuelto esta o aquella cuestión.

La prematura pérdida de Joaquín impidió al Notariado poder contar con él en esta tarea tan compleja, para la que estaba especialmente capacitado y nos privó a los Notarios de una aportación que, estoy seguro de ello, habría impregnado de sentido común y sensatez y de profunda perspectiva notarial a la necesaria convivencia entre esta función cuyas raíces penetran en siglos de historia y las nuevas técnicas de la información imprescindibles hoy. Seguro que habría contribuido a impedir algunos excesos que hemos tenido que sufrir, que, en algunas ocasiones, han llevado a utilizar las nuevas técnicas para subordinar lo esencial de la función notarial, la independencia del Notario en el ejercicio de su función y la protección de los derechos de los ciudadanos que reclaman su ministerio, al interés de las administraciones públicas por ejercer el mayor control posible sobre aquéllos, sirviéndose para ello de los Notarios más allá de lo razonable.

¿Son muchos veintiún años? Sin duda, pero no los suficientes para que el recuerdo de Joaquín y el sentimiento de pérdida de lo mucho que todavía podía habernos aportado y lo que podíamos que haber disfrutado de su presencia, se desvanezca.

 Adolfo Calatayud Sierra

Notario

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