Holanda nevada, vista desde un molino.

Mi amiga Ana Mirasol de Albacete me escribió ayer 23 de febrero de 2010 lo que a continuación os pongo y aprovecho para compartirlo con vosotros y contestarle en mi blog:

“Hola Loli. ¿te suena esto?:

‘El aprecio a las buenas historias es consustancial a la condición humana. Pero sí es cierto que mucha gente no valora esta riqueza, por el simple motivo de que la han educado para vivir de espaldas a ella. Una parte muy importante de este tesoro, las tradiciones familiares (lo que se suele llamar «memoria generacional») ha sobrevivido mejor a estos embates, pero incluso hoy día peligra a causa de cambios sociales que afectan gravemente la cadena de transmisión. Digamos que hoy día no se suelen dar las condiciones para que los abuelos cuenten «batallitas» a sus nietos. Y las consecuencias de eso pueden ser desastrosas. Porque las historias familiares son parte esencial de la educación de cualquier persona. No verse expuesto a ellas genera una carencia que, en mi opinión, explica en parte fenómenos tan inquietantes como el reciente episodio del «botellón» masivo convocado a golpe de SMS.’

Es el párrafo de una entrevista que leí en Internet hace tiempo, poco después de iniciar nuestra amistad “telefónica”. Por entonces estaba yo iniciando el relato que ya sabes y andaba un poco desanimada, sin saber si merecía la pena o sólo tendría interés para mí. Y fueron esas palabras de tu hijo las que me convencieron de que yo estaba en lo cierto y que mis hijos y mis nietos debían conocer cómo fue la vida de mis padres y su repercusión en la mía propia. ¿Comprendes ahora lo que yo quería explicarte el otro día , cuando hablabamos por teléfono?

Un beso, Loli, ya nos llamaremos.

P.D. He empezado una segunda parte, pero va despacio, muy despacio.”

Ana,

Efectivamente es una entrevista a mi hijo José Manuel (que os pongo completa abajo). Me alegro que te gustara y que te haya sido de utilidad para tus trabajos que en este momento estás realizando.

En cuanto a lo de ir despacio, no hace falta ir deprisa, ni llegar primero,  pero hay que saber llegar.

Un abrazo muy grande,

Loli de Prada

Aquí sigue la entrevista completa realizada por Juan Ignacio Pérez para Asociación Litoral:

José Manuel de Prada

“El reciente interés por las llamadas «leyendas urbanas» ha servido para que muchas personas descubrieran de pronto que son portadoras de un acervo tradicional”

 José Manuel de Prada Samper, traductor, viajero e investigador de la cultura oral universal, nos sorprende cada cierto tiempo con una obra divulgativa que despierta nuestro afán por conocernos. Ya sea haciendo trabajo de campo o rescatando viejas ediciones desconocidas en nuestro país, sus libros nos muestran a los verdaderos protagonistas del relato popular, los narradores, personas con nombres y apellidos que comparten objetivos, técnicas y gestos, a pesar de las diferencias raciales, geográficas, idiomáticas o históricas. Escoceses, bosquimanos, irlandeses y castellanos son en sus obras vecinos de una misma comunidad, aquella que expresa preguntas y respuestas existenciales a través de los cuentos, confiando en el valor generador de la palabra.

¿Por qué consideras tan importante que la ciudadanía conozca los relatos que proceden de la tradición oral?

Porque son parte de nuestro patrimonio colectivo y porque la sabiduría que contienen todavía tiene vigencia, o es susceptible de adaptarse a las preocupaciones y necesidades de nuestros tiempos. Nuestros abuelos y bisabuelos se educaron en gran medida por medio de esos relatos. Relegarlos al olvido, menospreciarlos como algo «infantil» o «pintoresco», o incluso convertirlos en la competencia exclusiva de un puñado de eruditos es un acto irresponsable de automutilación. Más aún, es sabotear una parte fundamental de nuestra memoria, de aquello que nos hace seres humanos.

¿Crees que aún hay sectores de la población que desconocen la riqueza atesorada en la memoria de sus ascendientes?

El aprecio a las buenas historias es consustancial a la condición humana. Pero sí es cierto que mucha gente no valora esta riqueza, por el simple motivo de que la han educado para vivir de espaldas a ella. Una parte muy importante de este tesoro, las tradiciones familiares (lo que se suele llamar «memoria generacional») ha sobrevivido mejor a estos embates, pero incluso hoy día peligra a causa de cambios sociales que afectan gravemente la cadena de transmisión. Digamos que hoy día no se suelen dar las condiciones para que los abuelos cuenten «batallitas» a sus nietos. Y las consecuencias de eso pueden ser desastrosas. Porque las historias familiares son parte esencial de la educación de cualquier persona. No verse expuesto a ellas genera una carencia que, en mi opinión, explica en parte fenómenos tan inquietantes como el reciente episodio del «botellón» masivo convocado a golpe de SMS.

Tu último libro está dedicado a una narradora tradicional. ¿Qué importancia crees que tiene el individuo que narra frente a la fidelidad a la tradición, a la dictadura de la memoria o al canon del texto?

Yo sostengo (y, por supuesto, no es un planteamiento original mío) que un narrador tradicional es autor de sus propias versiones. Por supuesto, trabaja con una trama, unos motivos, que le vienen legados por la tradición, pero cómo exponga esa trama, cómo organice esos motivos, es algo que depende de él o ella. También depende de una serie de factores como el momento en que se narra, a quién se narra, cuál es la actitud del público, etc., etc. Lo que para mí hace que el estudio del folklore sea algo fascinante es precisamente eso. Y también aspectos cómo la gestualidad, la inflexión de la voz y otros factores de lo que se suele conocer con el término inglés performance. El elemento puramente textual, por supuesto, tiene también gran importancia. Yo no digo que no deban estudiarse los aspectos filológicos de un relato. Pero hoy en día, después de las aportaciones fundamentales de estudiosos como Malinowski, Linda Dégh Richard Bauman o Albert B. Lord, no podemos limitarnos a eso. Sin embargo, en España hay gente que parece anclada en Frazer, como si eso fuera el último grito.

¿Por qué crees que en los estudios hispánicos sobre los cuentos se le ha prestado tan poca importancia a la persona transmisora de los textos?

Porque el enfoque sociocultural en el estudio del folklore sólo se comienza a consolidar hacia los años de 1960, con la publicación en alemán (1962) y más tarde en inglés (1969) del crucial estudio de Linda Dégh Cuento popular y sociedad. Pero en España las personas que se dedican a estas cosas suelen sentir muy poca curiosidad por lo que se hace o deja de hacer en el resto del mundo. Por eso, tanto los métodos de recogida de cuentos como los aplicados a su análisis son más bien anticuados, por no decir francamente obsoletos. En el mundo hispánico el cuento, romance, etc., sigue viéndose como un «texto» que flota en el vacío, intemporal, al margen de los avatares de la Historia. Una vez se sitúa al arte verbal en el devenir de la Historia, se ve con claridad que está íntimamente ligado a las personas que lo cultivan. Mi estudio sobre Azcaria Prieto de Castro es, en parte, un intento de introducir en España este tipo de enfoque. Lo que yo he hecho con una narradora ya fallecida se podría hacer con personas vivas.

¿Sirve la tradición oral todavía para que la gente se explique de forma local lo que sucede a su alrededor o, por el contrario, a estas alturas se trata de una costumbre del pasado?

La tradición oral es como la energía: indestructible, porque es algo (sobre todo en lo tocante a la narración) que está íntimamente ligado a nuestra humanidad. Eso sí, la tradición, incluso donde goza de gran vitalidad, está en constante proceso de cambio, y no cabe duda de que en los países industrializados este cambio, más que como renovación o actualización, se manifiesta como un empobrecimiento. En España, hoy día, no es tan fácil recoger cuentos de encantamiento como hace treinta años, aunque es prematuro decir que estos cuentos hayan desparecido o vayan a desaparecer a lo largo de esta generación. En cambio, hay otros géneros, como las leyendas o los relatos humorísticos, que sí parecen gozar de notable vitalidad. El reciente interés por las llamadas «leyendas urbanas» ha servido para que muchas personas, entre las que me puedo contar yo, descubrieran de pronto que son portadoras de un acervo tradicional. Por otro lado, el estudio de ese tipo de relatos demuestra que sí, que seguimos creando y transmitiendo historias, y que lo hacemos en gran medida para explicarnos el mundo que nos rodea. Las leyendas modernas son fiel reflejo de muchas de las preocupaciones de la sociedad actual: la relación con personas de otras culturas, los peligros de la tecnología, la creciente criminalidad, etc., etc. Contar historias, repito, es uno de los actos humanos por excelencia. Quizá sea precisamente aquello que nos hace humanos. Y no sólo contarlas, por supuesto. También escucharlas. El hombre es un animal que cuenta y escucha historias, y lo hace por una gran variedad de motivos: para entretenerse, para educar, para transmitir información, para provocar, para curar, y así un largo etcétera. Nuestra vida cotidiana está íntimamente ligada a la narración y, por supuesto, no me refiero únicamente a la narración de relatos tradicionales, sino que incluyo también las anécdotas personales, chismes y similares.

¿Consideras que se han hecho esfuerzos suficientes para rescatar y poner en valor el patrimonio inmaterial constituido por la tradición oral o compartes la opinión de quienes creen que este aspecto de la cultura popular se ha cuidado menos en España que en otros países?

En España los estudios de folklore siempre han sufrido de una notable «desvertebración», por decirlo de algún modo. No existen por sí mismos, casi siempre han estado vinculados a la filología, la dialectología, los estudios literarios, etc. Lo que habría que hacer es «vertebrarlos». Tendría que haber una titulación en folklore en nuestras universidades, o al menos un «instituto de folklore» que promoviera el estudio riguroso de las artes verbales. Mejor aún, una especie de «red» de centros de este tipo, una red coordinada. Deberíamos tener archivos de folklore, como los que hay en Irlanda, Finlandia o Grecia. Con la tecnología de hoy en día, almacenar esta información y ponerla a disposición de los estudiosos es más sencillo que nunca. Pero, claro, habría que formar un equipo de «encuestadores» que recogiera esta información. Pero tampoco esto sería complicado, puesto que la experiencia demuestra que no es difícil implicar, por ejemplo, a estudiantes de instituto en tareas de este tipo, para que recojan no sólo la literatura tradicional de los lugares donde viven, sino también la historia oral de esos lugares. Archivos de este tipo (que tuvieran su sede, por ejemplo, en museos etnográficos como hay en muchas localidades) se podrían crear con presupuestos relativamente modestos. Por sólo poner un ejemplo, si no se hace nada, en pocos años la memoria oral de nuestra guerra civil desaparecerá con las últimas personas que vivieron esos tiempos. La cantidad de información que perderán las futuras generaciones será brutal. Porque mis propias investigaciones en determinadas zonas de España demuestran que la «memoria oral» de la gente sencilla y corriente que vivió todo aquello en calidad de «comparsas» (es decir, la inmensa mayoría de la población de una y otra zona) ha preservado mucho que no está en los archivos o en los libros escritos por los grandes protagonistas y que es igualmente importante para tener una visión clara y lo más completa posible de lo sucedido. Aparte de que estimular a los más jóvenes a hablar con sus mayores sobre estas cuestiones tiene, en si mismo, un gran valor educativo.

Hemos vibrado con tu emocionante relato sobre las andanzas de los Espinosa por España. ¿Qué es lo que te fascinó personalmente de su trabajo que incluso te impulsó a escribir sobre ellos?

Bueno, además de ser los autores de las dos colecciones más importantes de cuentos españoles, ellos eran parte de la historia que quería contar, sobre todo el hijo. Pero siempre me ha fascinado todo lo que tiene que ver con nuestros predecesores: cómo recogían los cuentos, en aquellos tiempos en que no existían las grabadoras portátiles, cómo se las arreglaban para buscar informantes, etc. En el caso de Espinosa hijo, ya desde mi primer contacto con su colección me intrigó mucho que hubiera hecho su trabajo de campo en vísperas del estallido de la Guerra Civil, y que esta le sorprendiera sobre el terreno. Sus investigaciones tienen mucho mérito, y yo he aportado algunos datos al respecto hasta ahora desconocidos, pero queda todavía mucho por averiguar.

¿Cómo definirías al padre y al hijo como investigadores del cuento popular español? ¿Qué diferencias en cuanto a motivaciones, métodos, tratamiento… percibes entre uno y otro?

El padre era un folklorista nato, pero de la época en que primaba el llamado método histórico-geográfico, que se centraba sobre todo en comparar las distintas variantes, estudiar su distribución geográfica, e intentar establecer el origen de cada relato y su «forma primigenia». La edición definitiva de sus Cuentos populares españoles es uno de los mejores exponentes de este tipo de enfoque y, a mi modo de ver, sigue teniendo un enorme valor para los folkloristas de ahora. No estoy de acuerdo con Rodríguez Almodóvar cuando lo considera (en su libro Los cuentos maravillosos españoles) un mero «monumento bibliográfico», «no muy útil para las exigencias actuales».

Respecto al hijo, hay que decir que fue, en parte, un «folklorista accidental». Como yo documento en mi libro, fue su padre quien lo animó a recoger cuentos, una vez constató que él no podría nunca viajar a España. Aun así, su trabajo es en muchos aspectos superior al de Espinosa padre. Recogió bastantes más cuentos en menos tiempo (en parte porque tenía más movilidad) y es notable su mayor interés por los narradores, cuyos nombres no deja de mencionar en el artículo en que describe sus viajes. Sus anotaciones a los relatos se limitan a dar la clasificación tipológica, enumerar los motivos y reseñar las variantes hasta ese momento conocidas. Pero la suya es una colección que no se ha superado en cantidad, variedad, y calidad de los relatos.

¿Crees que es posible la pronta reedición de los libros de Espinosa padre?

¡Ojalá! Desde luego, Cuentos populares españoles debería reeditarse. Tengo la secreta esperanza de que mi libro anime al Consejo Superior de Investigaciones Científicas a «rescatar» esta importante obra.

Esperamos que sí.

Obras publicadas por José Manuel de Prada Samper

Las mil caras del diablo (Cuentos, leyendas y tradiciones). Editorial Juventud.

Mitos, cuentos y leyendas de los cinco continentes. Editorial Juventud.

Cuentos de las Tierras Altas escocesas. Editorial Siruela.

Cuentos populares irlandeses. Editorial Siruela.

La niña que creó las estrellas. Relatos orales de los bosquimanos Xam. Editorial Lengua de Trapo.

El pájaro que canta el bien y el mal. La vida y los cuentos de Azcaria Prieto. Editorial Lengua de Trapo.

Además, ha traducido a autores en lengua inglesa como Herman Melville o Gerald Brenan.

 Entrevista realizada por Juan Ignacio Pérez (juanignacioperez@weblitoral.com)
© Asociación LitOral, Abril 2006

Una Respuesta a “Entrevista a José Manuel de Prada Samper”
  1. ana dice:

    es muy interesante este post, Loli; me ha encantado la entrevista

    qué bonito es escuchar!

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