El repartidor de telegramas azules
Escrito por: Loli de Prada en Pensando en ti, Recordando a Joaquín de Prada González- Este es un texto escrito por Loli de Prada el 13 de agosto de 2006, pero que todavía no se había publicado:
El 19 de Septiembre de 1956 mi entrañable Joaquín, lo que yo más quiero en el mundo (porque ya sabéis que es mi vida entera), por obligación o mejor dicho por órdenes de su familia, su hermano y su madre, se marcha por Madrid camino de Salamanca para estudiar sus oposiciones a notarías (el motivo por el cual fuimos separados) en la casa familiar de Plaza de San Juan de Barbalos 9.
Nosotros llevábamos seis meses queriéndonos y sabíamos cómo querernos desde los puntos geográficos en que vivíamos, yo desde los Molinos y Joaquín desde el cuartel en Cartagena y más tarde desde San Javier.
Ahora todo cambiaba, absolutamente todo cambiaba aunque algunas cosas las teníamos muy habladas. Él sabía que nada más salir el tren el día 19 yo me iría a casa y le escribiría mi primera carta a Salamanca y así los 365 días del año y yo sabía que él me escribiría todos los Domingos (laborables no, había que estudiar), pero esto no bastaba y teníamos que inventar, como él me dice en varias cartas de los primeros días de estar separados, nuevas formas de querernos.
A él con esa inteligencia de la que estaba dotado se le ocurrían cosas a raudales, como por ejemplo estudiar muchísimo y cuanto más estudiaba eso significaba que más grande era su cariño por mí, o que cuanto más difícil era lo que estudiaba aún más grande era su pasión por mí. Yo por mi lado dedicaba mi vida a pensar en escribirle y dormir con su fotografía sobre mi pecho, a veces llorando.
Entre los modos de quererme Joaquín, incluyó una cosa nueva, ponerme un par de telegramas entre semana, por la noche, después de la cena y antes del último rato de estudio. El telegrama lo ponía sobre las 11 de la noche. No tenía día fijo para ponérmelo con lo cual yo tenía toda la semana para vivirlo con la ilusión de esperar esos dos telegramas. En Septiembre en Los Molinos es pleno verano y mi casa siendo de una planta yo cogí la costumbre de sentarme en la acera para, esperando al repartidor de telegramas, tomar el fresco.
En aquellos tiempos, hace medio siglo, la costumbre era nada más llegar el texto a Telégrafos (estaba en Cartagena) lo ponían a punto (con el texto para fuera) y lo repartían, fuera la hora que fuera. A mí me solían llegar sobre las 12 o las 12 y cuarto de la noche, pues el repartidor tenía que venir en bicicleta de Cartagena a Los Molinos que es cuesta arriba. Era un encanto de chico, algo mayor que yo, pero joven, unos 25 años. Los textos de los telegramas salvo raras excepciones eran siempre los mismos o muy parecidos.
LOLI TE QUIERO CON LOCURA. TUYO JOAQUIN, o ERES MI VIDA ENTERA. TU JOAQUIN, o PIENSO EN TI MIENTRAS ESTUDIO. TUYO JOAQUIN o LOLI HAY NOCHES QUE NO ME DEJAS DORMIR. JOAQUIN.
En raras excepciones si no se encontraba bien, me decía su estado de salud.
Como digo antes, yo sentada en el suelo esperaba siempre hasta las 12 ½ porque siempre llegaba antes de esa hora. Tanto venía que nos hicimos amigos, creo que se llamaba Rafael, él sabía mi nombre y el apellido de sobra pues lo ponía en esos preciosos telegramas azules que me traía. Cuando llegaba, dejaba la bici en el suelo, se sentaba y nos poníamos a hablar. Él poco a poco me fue contando su vida, y una noche recuerdo que hasta me hizo llorar. Pero primero os voy a decir lo que casi cada día me decía “Loli me estás martirizando ¿no te das cuenta que tu novio me hace venir a las tantas de la noche solo para decirte lo muchísimo que te quiere?” Yo le decía que era el momento más feliz de ese día, que tenía que comprenderlo. No sé si lo comprendía o no, pero lo cierto es que a mí no me fallaba ni un solo telegrama, y eso que a veces me decía “El próximo te lo traigo al día siguiente por la mañana”. Yo le decía poniéndome triste “¡Ni se te ocurra! Me quejaré al jefe de telégrafos”, que además lo conocía, “¡Te estoy esperando en el suelo sentada casi hora y media y luego me vas a dar plantón! ¡Ni hablar!”
Poco a poco y de tanto vernos y de hacernos tan amigos, el repartidor me iba contando cosas de su vida. Él era de un pueblecito de Cartagena que se llama Torre Pacheco y al encontrar el trabajo de repartidor de telégrafos, dejó su pueblo y alquiló una pequeña habitación en Cartagena. Vivía solo y comía como podía (ganaba muy poco, apenas si tenía para subsistir incluyendo las propinas que le dábamos) y se sentía tan lejos de su familia a unos 30 kilómetros como yo de Joaquín a 800 kilómetros. No tenía horario pues los telegramas llegaban cuando llegaban, incluidos los míos. No tenía ningún tipo de estudios, aunque sabía escribir.
Como os decía antes un día me hizo llorar (yo para llorar he sido siempre muy facilona). Hablándome de sus múltiples problemas me dijo “¿No sabes una cosa Loli? ¡Tengo novia! Se llama Cari, es una chica estupenda y me quiere tanto como te quiere a ti tu novio y trabaja en Torre Pacheco cuidando a los niños de unos señores, apenas si nos podemos ver y ni tan si quiera se me ocurre pensar en que llegue el día que nos podamos casar”. Yo para animarlo y además porque era verdad también le dije que nosotros eso de casarnos lo teníamos lejanísimo y vernos igual de lejanísimo, pero yo sabía que él era un chico cuya vida sería siempre durísima, mientras que yo podía llegar a pensar o llegar a soñar en mi futuro, que aunque lejano podía ser explendido disfrutando de la vida con el hombre de mis sueños porque el hombre de mis sueños había estudiado, tenía unos explendidos estudios y podía llegar, gracias a esos telegramas azules que él me traía, a tener fuerzas para estudiar mucho, y tener un lejano porvenir, pero un porvenir muy bueno, como así fue.
Yo ahora me pregunto ¿qué habrá sido de ellos? Joaquín volvió a San Javier a estudiar y los telegramas se terminaron. Aunque yo en aquél entonces no pensé mucho en ese tema echaba de menos sus ratitos de conversación y creo que a él le tenía que pasar lo mismo. Él me hablaba de su novia (no tenía con quien hablar) yo le hablaba de mi novio mientras tenía entre mis manos ese telegrama azul que él me había traído y que tan profundamente feliz me hacía.